sábado, 3 de noviembre de 2012

Palabras que nunca debiste escribir.


Su nombre es uno como otro cualquiera, pero me gusta porque es suyo. Sus ojos son del color de un café solo con dos de azúcar en la cafetería más famosa de Madrid y su sonrisa podría iluminar toda la ciudad de Salamanca.
Es guapa, y su cuerpo no es más que la envidia de Venus. Pero todo esto se queda pequeño, diminuto, al escucharla. Su voz es como el canto de una sirena; una vez escuchada no puedes desatarte de sus cuerdas, y enloqueces. Enloqueces por lo que dice y por cómo lo dice. Aunque yo sinceramente pienso que habla más con los ojos y el corazón que con los labios. Y como te hable con los ojos... te vuelves loco. Loco. Loco para no volver a estar cuerdo nunca. Es una de esas personas que te cambia. Te cambia y te lleva a donde tú nunca imaginaste llegar, y en ese momento olvidas todo, incluso el olor a café. Y sientes que no necesitas nada más en ese momento. Sólo sus ideas y su voz... la voz de su mirada. Y de repente... felicidad. Felicidad completa y temporal, y sólo en su presencia, pero felicidad. Y ríes y lloras. Y sientes como nunca antes sentiste; y ella lo siente contigo. Y se estremece cada poro de tu piel, pero no es nada comparado con la suya. Porque su piel es belleza en estado puro. Y, ¿sabes una cosa? su nombre es uno como otro cualquiera, pero me gusta porque es suyo...

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