Corazón de mimbre.

No intento que me entiendas. Ni tú ni nadie. Tampoco quiero lograr explicarte por qué no quiero que lo hagas ni por qué estoy segura de que no lo harás.
Las personas fáciles son demasiado fáciles. Ni sueños, ni metas, ni casitas al lado de la playa, ni miradas mientras la arena blanca roza tus muslos. Ni noches siendo días, ni minutos que sean segundos.
Esas personas, no, vaya. De todo tiene que haber en este mundo. Pero, creo que mi complejidad tan extrema, mi realidad caótica, mi desorden personal y mi incertidumbre constante no te harán mejor persona.
Ni a ti, ni a nadie. Ni siquiera a mí. Por lo tanto no te encariñes, no intentes quererme, porque siempre saco por qués de hasta debajo de las piedras. Quiéreme sólo para un rato. Pero intenta que no se te note. Quiéreme un poco debajo de las sábanas y otro poco al desabrocharme la camisa. Pero no me quieras al mirarme a los ojos, ni al sonreír junto a mi sonrisa. No me regales abrazos ni miradas cómplices. Porque como lo hagas, vas a empezar a conocer mi mundo caótico y desordenado, mis lágrimas por las noches, mis rarezas y mis miedos.
Y entonces, yo empezaré a preguntarme por qué los marrones son tan feos y tus ojos tienen el matiz más especial. Ni por qué necesito respirar del mismo aire que tú lo haces, y por qué deseo que me agarres la mano con tanta fuerza que me sienta por una vez con los pies en el suelo y vea la realidad.
No quiero que me veas llorar. No quiero que sientas mi fragilidad a diario ni que me tengas que acabar queriendo por no tener que destrozarme, un poco más. No quiero que conozcas mi verdadera vulnerabilidad.
No quiero que conozcas mis recuerdos, que te sumerjas en mí y que unos meses más tarde me dejes en el fondo de nuestro mar y que tú pases a ser el recuerdo más fuerte de mis memorias.